Quienes hayan tenido la oportunidad de presenciar un festejo de rejones, o la actuación de un rejoneador, coincidirán al señalar que el de banderillas es el tercio de mayor lucimiento en el toreo a la jineta.
Esta apreciación radica en que a estas alturas de la lidia, el toro ya quebrantado y encelado con el caballo, permite ser lllevado templadamente sea en galopes a dos pistas recorriendo el anillo del ruedo, o bien toreándolo en el sentido estricto de la palabra para efectuar los embroques y rematar las suertes. Por ello los caballos de banderillas suelen ser los más artistas, aquellos que presentan mayores facultades para dominar las suertes de la lidia, conjugándolas con la intensa doma a la que son sometidos.
La tauromaquía del navarro es precisamente en este tercio donde más se ha explayado, dándole otra dimensión al sentido y ligazón de las faenas, aprovechando para ello todo el cuerpo de sus caballos y empleando nuevamente a estos como si fueran muletas para llevar siempre embebidos tras de ellos a los astados.